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Ante las presidenciales, lección de laicidad de la Jerarquía católica a la Francia laica

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Una vez más se demuestra, como escribía Cesare Cavalleri hace más de cincuenta años, que il clericalismo è duro a morire. No sólo dentro de los creyentes, sino, como acaba de comprobarse en Francia, dentro del fundamentalismo laicista: cuando ve en peligro sus intereses, no hace ascos a pedir ayuda a los obispos, aun con los subterfugios propios del caso.

La campaña por la presidencia entre la primera y la segunda vuelta ha sido muy dura, con un paulatino incremento de la violencia verbal de los candidatos en sus descalificaciones al contrario. Diría que Marine Le Pen estaba en su juego habitual. Pero ha sacada de quicio a Emmanuel Macron y a sus partidarios, ante el miedo de que se produjera un efecto Trump, y la líder del Frente Nacional diera la vuelta a los sondeos en las urnas.

Hasta el habitualmente ponderado Le Monde, ha participado con un desmesurado apoyo a Macron. No recordaba algo semejante en el vespertino de París desde los tiempos del programa común de la izquierda que llevó a François Mitterrand al Elíseo. Entonces lo pagó con un descenso de lectores. No sé qué pasará en estos tiempos, mucho más difíciles para la prensa escrita que en los años ochenta.

catedral de Lyon (Francia)
catedral de Lyon (Francia)

Ahora que el país vecino tiene nuevo presidente, no puedo dejar pasar la hipocresía que han gastado unos y otros –más aún, los partidarios de Macron–, para implicar a la Jerarquía católica en la contienda. Querían que la conferencia episcopal desautorizase a Marine Le Pen, como peligro público para la convivencia democrática. Y a mi juicio lo es, sin necesidad de que los obispos digan más de lo que dijeron: recordar algunos principios esenciales de la ética cristiana, para que cada ciudadano calibrase la idoneidad moral de cada candidato. Difícil tarea, pues –desde la ética del deber– ambos ofrecían rasgos inadmisibles para un creyente. La triste cuestión para los franceses en estos comicios era dilucidar quién era el menos malo para su país. Aunque los dos hayan visitado catedrales –del norte, como Reims, o del sur, como Rodez–, casi al final de su campaña, con éxito desigual.

No podía imaginar esa presión, en la Francia laica, sobre los obispos católicos. Como si no bastase con la comprensible intervención de otras autoridades religiosas, que firmaron una declaración conjunta: el consejo del culto musulmán, ante las desaforadas intervenciones frentistas frente a la inmigración islámica; el gran rabino de Francia, por las manifestaciones fuertes de antisemitismo; la federación protestante, por las referencias históricas a una identidad nacional que, de hecho, no practican los líderes del FN en su vida personal.

Le Monde publicó en su edición del día 4 un editorial durísimo. Como de costumbre, en el título confundía Iglesia con Jerarquía: “La faute morale de l’Église de France”. Ni siquiera se libra de su fobia el papa Francisco, por las breves palabras que dijo en el vuelo de regreso desde Egipto: en rigor, manifestaban la falta de un conocimiento directo de la situación francesa, más allá de su deseo de no intervenir en un asunto que, en todo caso, correspondería a los pastores locales.

Lógicamente, La Croix no criticó a los obispos, también porque dio noticia de opiniones personales de algunos contra Le Pen. Pero en las páginas editoriales llamó a votar por Macron, con argumentos bastante ponderados.

La presión fue tan fuerte que el presidente de la conferencia episcopal, Mons. Georges Pontier, arzobispo de Marsella, rompió el silencio y criticó en la página Web del episcopado cierto “clima de histeria” que se estaba instalando en la contienda. Una idea, a mi juicio central, “¿qué es más fácil, decir que hay que votar por este o por aquel, o invitar a la reflexión y al discernimiento?” Y una explicación que desarrolla la doctrina del Concilio Vaticano II, aunque también identifica Jerarquía e Iglesia: “El papel de la Iglesia no es tomar partido por un candidato, sino recordar a cada elector lo que nuestra fe nos invita a tener en cuenta: la acogida del otro en su diferencia, la importancia de la familia y el respeto de la filiación, la necesidad de respetar la libertad de conciencia y la justa distribución de la riqueza”. Esos criterios constituían el núcleo del comunicado oficial publicado el 23 de abril.

La tensión ha hecho olvidar una realidad reconocida por sondeos de opinión y estudios sociológicos. Los creyentes franceses manifiestan suficiente libertad y amplitud de criterio en sus decisiones políticas, y votan dentro de un amplio abanico. Por ejemplo, en las elecciones regionales de diciembre de 2015, sólo el 24% de católicos apoyó al candidato del FN. Cada uno se decanta por quien considera más próximo a sus ideales básicos. O se refugia en la abstención, como el 25% de los franceses el domingo (la mayor desde 1969), o en el 9% de votos nulos o en blanco (todo un récord para una presidencial). Sólo la contradictoria nostalgia de quienes no renuncian al progresismo, puede continuar pensando y hablando de un “voto católico”.

Fuente: El Confidencial Digital, 8 de mayo de 2017