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Ocho de los diez países con más acoso a los cristianos son musulmanes

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Decenas de miles de cristianos de Oriente Próximo se vieron forzados a abandonar sus hogares en 2016 por razones de odio religioso. Un total de 1.207 murieron por su fe en atentados y ataques terroristas, según el informe presentado esta semana por la Ong evangélica «Puertas Abiertas» (Open Doors).

El drama de las más antiguas comunidades cristianas, que han logrado sobrevivir desde el siglo VIII en un entorno siempre hostil, parece confundirse en el marco más apocalíptico de las guerras, que explica el fenómeno de la emigración masiva a Europa. Pero el terror por odio religioso tiene su propia fisonomía y menos abogados que el político o el económico. Solo el Vaticano y un puñado de organizaciones no gubernamentales suelen levantar la voz y pedir medidas concretas cuando, periódicamente, se suceden los ataques con bomba en barrios humildes cristianos de Oriente Próximo, África y Asia.

En el informe de «Puertas Abiertas», los cincuenta países con más persecución de cristianos en el mundo siguen ocupando posiciones similares a las del año anterior. Una vez más, a nadie sorprende que ocho de los diez más hostiles sean naciones de mayoría musulmana. Del total de 50 países supervisados, 36 tienen regímenes políticos más o menos inspirados por la Sharía, la ley islámica. Para la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada, en 2016 se asentó el fenómeno de «hiperextremismo islamista»: desde mediados de 2014, se han producido atentados islamistas en uno de cada cinco países del mundo.

La agresión contra los cristianos no procede solo de los movimientos yihadistas Daesh, Al Qaida, Boko Haram y Al Shabab, los cuatro más letales. Existe también una atmósfera de intimidación y agresividad en muchos ambientes sociales musulmanes, que identifican su propia precariedad económica con un supuesto neocolonialismo occidental, y miran con odio a su vecino cristiano, con frecuencia mucho más indigente que el mahometano.

Entre dos fuegos

Mujeres musulmanas
Mujeres musulmanas

Es el caso patético de Pakistán. En Egipto, por su parte, en el imaginario de algunos musulmanes el cristiano copto es el empresario acomodado que goza de una fortuna de origen sospechoso; nadie parece reparar en el sincasta recogedor de basura, el zabalin, mucho más habitual en El Cairo. La defenestración de los Hermanos Musulmanes no ha cambiado apenas esa percepción, y los ataques contra los coptos se siguen sucediendo bajo el régimen autoritario laico de Al Sisi.

En los territorios que controla en Irak y Siria, el grupo Daesh –el autodenominado Estado Islámico que ha proclamado el «califato»– ha reeditado las tesis literales del Corán sobre el trato con otras religiones. Los cristianos pertenecen así a la «gente del Libro», a la que se ofrece tres caminos: la huida, la conversión al islam, o el vasallaje, que implica el pago de un impuesto al califato entre otras servidumbres.

No obstante, la alucinante tesis admite muchas excepciones. El vasallaje que ya viven los cristianos de Pakistán no les salvó de morir bajo las bombas terroristas en los dos últimos meses de marzo. Semanas antes del ataque en Lahore, un comando yihadista llevó a cabo en Yemen una matanza de monjas de la Madre Teresa de Calcuta en un albergue de ancianos. Pese a ello, las misioneras de la Caridad –velos católicos en el islam– siguen trabajando con los más pobres en otros doce países de mayoría musulmana, que figuran entre los 130 donde se extienden su labor.

Atentados anticristianos

La indiferencia con que las autoridades del gobierno islamista moderado de Pakistán responden a los atentados anticristianos, refleja el chantaje que imponen los partidos ultrarreligiosos musulmanes, y más aún la cultura general del «país de los puros» hacia las otras creencias.

¿Cuántos cristianos de rito en arameo –la lengua materna de Jesús– quedan en Irak? Cuando cayó Sadam Husein, en 2003, se calculaba que el país tenía alrededor de un millón de cristianos. Hoy se desconoce la cifra pero algunos estiman que quedan unas pocas docenas de miles debido a la persecución que sufren no solo a manos de los yihadistas sino también por parte de las autoridades kurdas. Según denunciaba en 2016 «Puertas Abiertas», las autoridades autónomas kurdas están forzando a los cristianos a que vendan sus propiedades a musulmanes en la región de Mosul y la planicie de Nínive, para crear una zona «homogénea» en términos étnicos y religiosos.

La realidad más trágica se centra, no obstante, en la aún asediada Mosul, la segunda ciudad de Irak, donde los yihadistas suníes de Daesh han destruido por completo una de las presencias cristianas más florecientes de Oriente Próximo. Iglesias milenarias semiderruidas o convertidas en almacenes y establos, y toda la población cristiana huida, algunos acogidos en Bagdad o en campamentos kurdos y la mayoría hacinada en campos de refugiados en el extranjero.

Heroísmo callado

Un paisaje asolado similar se reproduce en la vecina Siria, donde prosigue el asesinato de cristianos en territorios controlados por los yihadistas –en particular en la región de Homs, Raqqa y Alepo–, junto al secuestro, y la huida masiva hacia Turquía y el Líbano. En los años 20 del siglo pasado un tercio de la población de Siria era cristiana. En estas tierras, escenario de la conversión de San Pablo, se levantó una de las primeras y más florecientes comunidades. Cuando estalló la guerra civil siria, los cristianos ya habían bajado al 10% de la población; hoy los más optimistas hablan del cinco por ciento.

Lejos de los campos de batalla, la persecución como norma institucional sigue presente en Arabia Saudí, donde la intolerancia religiosa sin fisuras afecta a diario a más de un millón de inmigrantes católicos procedentes en su mayoría de Filipinas y de otros países de Asia.

Fuente: diario Abc, Madrid 14 de enero de 2017