Libertad religiosa y símbolos religiosos

El cine contra la Iglesia. ¿Una ola de anticlericalismo?

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Alegoría de la lucha entre el bien y el malSin duda se percibe un cierto hartazgo en determinados ambientes católicos por una serie de estrenos cinematográficos españoles, cercanos en el tiempo, que tienen como factor común ofrecer una imagen ominosa y casposa de la Iglesia católica. Me refiero a Los girasoles ciegos, Camino y La buena nueva, un film de Helena Taberna que se estrena en noviembre y que denuncia el apoyo de la Iglesia al Alzamiento nacional del 36

Pero no se trata solamente de la aparición en escena de estos filmes aislados, sino que éstos suponen en realidad la última entrega de una cadena de estrenos que desde hace años martillean con los mismos tópicos anticlericales.

Por lo menos hay tres factores que arrojan luz sobre esta casposa costumbre. El primero se refiere a una tradición anticlerical muy española y que ya dura más de dos siglos, por lo menos. Es una tradición que se ha reflejado en la cultura y la literatura de formas muy variadas: baste recordar la letra popular que pusieron al himno de Riego (1820) y que rezaba: "Si los curas y frailes supieran la paliza que van a llevar subirían al coro cantando libertad, libertad, libertad". Y desgraciadamente, cuando los tiempos han venido torcidos, ese anticlericalismo ha sesgado muchas vidas santas e inocentes. Por tanto, estas películas que dibujan clérigos como esperpentos tristes y epígonos de una oscura tradición.

Por otro lado, la tontuna zapateril de la ley de la Memoria Histórica, además de distraer la atención y permitir a Garzón volver a los escenarios, ha creado un ambiente mediático favorable al supuesto éxito comercial de estos alegatos anticlericales. Por tanto, el oportunismo es otro factor –más importante que el anterior– que explica la existencia de estas películas. Porque intrínsecamente el asunto de curas, franquismo y demás ya no interesan absolutamente a nadie, pero al revuelo político del revanchismo y guerracivilismo gubernamental le viene bien a estos "complementos audiovisuales" que con suerte llenan los bolsillos de algún capitalista progre, tipo Jaume Roures.

Hay un tercer factor histórico-cultural más de fondo. No podemos obviar que aún vivimos de los jirones del sesentayocho, un fallido movimiento ideológico que se levantó sobre dos supuestos básicos: el fin del principio de autoridad y la superación de la moral "represora" tradicional. Con ambos destronamientos se anhelaba alcanzar la verdadera libertad. La Iglesia representaba la autoridad y la moral "tradicional" y era por tanto la bête noire por antonomasia, el símbolo de la falta de libertad, la enemiga del deseo humano. Aunque esa mirada sobre la Iglesia ya estaba viciada de antemano y arrastraba una incomprensión radical del hecho diferencial cristiano, lo cierto es que se ha convertido en la herramienta hermenéutica fundamental de la aproximación contemporánea a la misma. La concepción sesentayochista de la Iglesia es la que se mantiene en todos los ámbitos del poder cultural y político en España. Ni siquiera el desmentido vivo y directo que supone el pontificado de Benedicto XVI parece modificar el impermeable prejuicio anticlerical de nuestra inteligentsia. Y el cine del que hablamos es un exponente típico de esta concepción.

Por tanto, anticlericalismo, oportunismo y sesentaychismo ayudan a entender esta moda cinematográfica. Pero también cabe una autocrítica. Porque la misma libertad de expresión que permite a Javier Fesser hacer esa ridiculez de Camino, permitiría a cualquier católico hacer una película de signo contrario. La ley no lo prohíbe. Y hay muchos empresarios oficialmente católicos y de sebosas cuentas corrientes que prefieren invertir sus dineros en operaciones inmobiliarias antes que en cine. Otros empresarios prisaicos prefieren invertir en lo audiovisual. Y así nos va. En parte tenemos lo que merecemos. Es justo quejarse y protestar. Es justo y bueno, pero no basta. Si se quiere una cultura distinta, hay que hacerla. Remangarse y hacerla. No se trata de reconquistar una hegemonía imposible, sino de consolidar dignamente un espacio cultural propio. Y eso nadie nos lo va a dar hecho.