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El debate actual sobre la laicidad

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Hoy en Francia, Italia y España hay un debate muy vivo sobre la laicidad. Recientemente, el cardenal Angelo Scola, arzobispo de Venecia, ha publicado un libro sobre la nueva laicidad.

Hay que tener en cuenta que el concepto de laicidad no es algo extraño y ajeno a la tradición cristiana. Su fundamento se encuentra en aquella famosa sentencia de Jesús: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Esta norma establecida por Jesucristo ha entrado a formar parte del patrimonio de la humanidad en lo referente a la configuración de las sociedades democráticas.

El mismo Benedicto XVI, en su visita al presidente de la República italiana, el 24 de junio de 2005, pronunció estas palabras: “Es legítima una sana laicidad del Estado en virtud de la cual las realidades temporales se gobiernan según las normas que les son propias, sin excluir sin embargo las referencias éticas que encuentran su fundamento último en la religión”.

Banderas ondeando
Banderas ondeando

Al hablar de laicidad hay que insistir en dos aspectos que considero fundamentales. El primero consiste en la asunción crítica de la modernidad por parte de los cristianos. Esto pide dar importancia al nexo verdad-libertad, pero también a lo que el Concilio Vaticano II calificó como “legítima autonomía de las realidades terrenas” y en concreto de la vida y las instituciones políticas y su dinamismo propio. En segundo lugar, la modernidad ha sido concebida a menudo como laica, en el sentido de considerar la religión como un hecho meramente privado.

Benedicto XVI, en su discurso a los juristas católicos italianos, les habló del deber de contribuir a elaborar un concepto de la laicidad que, por un lado, “reconozca a Dios y a su ley moral, a Cristo y a su Iglesia, el lugar que les corresponde en la vida humana; y que, por otro lado, afirme y respete la legítima autonomía de las realidades temporales que tienen sus leyes y valores propios que el hombre ha de descubrir y ordenar”.

No hay duda de que el Concilio Vaticano II, en general, supuso una apertura del pensamiento católico a la modernidad. Y, sobre todo mediante el reconocimiento del derecho de las personas a la libertad civil en materia religiosa, abrió el camino a un replanteamiento del estatuto público del cristianismo – y en general de todos los grupos religiosos- en las sociedades modernas y a una nueva visión de la laicidad del Estado.

La evolución del pensamiento cristiano a que he aludido ha motivado un replanteamiento de la laicidad estatal, que ya no es contemplada como una actitud de estricta indiferencia y neutralidad del Estado ante los grupos religiosos, sino como una recíproca autonomía que se abre a la colaboración en el servicio a las personas en el ejercicio individual y colectivo del derecho a la libertad religiosa, según los criterios del Vaticano II. Retornar al concepto y a la vivencia de la laicidad de comienzos del siglo XX me parece un anacronismo que ya no responde ni a las necesidades de las actuales sociedades democráticas ni a las necesidades de los grupos religiosos en nuestras sociedades religiosamente pluralistas.

+ Lluís Martínez Sistach
Cardenal arzobispo de Barcelona

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